miércoles, 1 de junio de 2011

¿Qué pasa en la calle?

Que nadie responde o lo hace con palabras prestadas y huecas.

Si los centros de decisión se alejan cada vez más del ciudadano es porque el núcleo de influencia económica se aleja también . Si la política es el instrumento para forzar una adecuación legislativa a estos nuevos intereses, también la política se aleja del ciudadano. Si el discurso político se empobrece no es porque los políticos sean malos, es porque a la imposición de dichos intereses no conviene un discurso más reflexivo.
¿Qué percibe el ciudadano entonces? Que las decisiones son cada vez menos territoriales y menos políticas. Que lo que se les dice y aporta como solución a sus problemas cada vez es más neutro y genérico. Que el discurso que oyen y las imágenes que ven lo mismo pueden corresponder a esta Comunidad que a otra, a este país que a otro cualquiera...
La homogeneización y estandarización son el producto de facilitación y ordenación del gran mercado global. A tal homogeneización se acopla perfectamente el tono del discurso político simplista, cuyo contenido no va más allá de los eslóganes. Desde este funcionamiento político, el legislativo se nutre no de la reflexión colectiva del Estado y del pueblo español, sino de las normativas creadas por la experticia para adecuar la producción, los servicios y el consumo a las nuevas condiciones del mercado global.

Las leyes no son leyes garantes sino normas contractuales. Lo que silencia la ley permite y consiente el saber hacer. Ese es el amparo de la libertad, también de la creativa. En la norma contractual, lo que se debe hacer, o queda explícito o no está permitido. El saber hacer no queda a discreción del sujeto, sino bajo los mandatos de los mandarines de la experticia que, en nombre de la ciencia, imponen, mandan y disponen en los ámbitos tradicionalmente participativos y vivos democráticamente.

La homogenización de la vida, y esta falta de participación y de creatividad real y efectiva en los ámbitos más relevantes de nuestras vidas, sumieron en la depresión y la atonía a muchas de estas personas que ahora se asoman a la calle como despertando de una mal sueño.

La política de hechos consumados en estos ámbitos no ha sido sólo la del partido gobernante. El partido aspirante a gobernar, desde la cómoda oposición, y el resto de partidos en confrontación con el discurso de eslóganes rivales, ha seguido este juego. También los sindicatos y prácticamente la sociedad al completo han sido, de alguna manera, partícipes o cómplices de esta eficiencia sorda y ciega de la experticia legisladora.
El Instrumento normativo básico de esta transformación de las organizaciones empresariales y de servicios a las nuevas exigencias del mercado es el derivado de la Familia de las NORMA ISO 9000 9001 y 9004, por haber sido uno de los principales instrumentos de convergencia. De ahí han nacido las redes de expertos comandadas por las Agencias, que ahora aparecen hasta en la sopa, para mostrar su eficiencia y, prácticamente, transgredir las soberanías nacionales. La condiciones de producción para la industria, las condiciones para el consumo, los dispositivos y formatos creados para dicho consumo, grandes superficies, etc. son tabuladas y diseñadas fuera del alcance político. Los servicios, antes relativamente cercanos a las decisiones del ciudadano, como la educación, la sanidad, la asistencia social, etc., en la que se veían involucradas personas comprometidas que incidían en las formas de trabajo, en las aportaciones teóricas y prácticas, en la mejora de dichos servicios, se ven hoy, cada vez más, bajo el imperio de las normas milimétricas y pautas de esta nueva experticia y al socaire de intereses económicos ajenos a los propios usuarios de tales servicios. La gente percibe que el médico ya no puede ejercer como tal, sino como agente de fármacos; la gente ve que el profesor queda encapsulado en una burocracia que desborda los márgenes de lo que antes era interés y voluntarismo, para convertirse en hastio, desvalimiento e impotencia. La gente ve que los tenderos desaparecen, que los dependientes se convierten en agentes comerciales vigilados con la sonrisa forzada, la gente ve que la ciudad se deshumaniza y se torna ajena y extraña, no paseable y apenas vivible, por la instalación de nuevas formas más rentables de tránsito y de absorción del consumo. La gente ve cómo sus casas de ser barquitas de paseo, se convierten en buques transatlánticos difíciles de dirigir y gestionar. En fin la gente ve que la complejidad creciente no está en función de los más, sino al servicio del interés de los menos.

La vía de imposición ha sido la política de hechos consumados. Los instrumentos de convergencia europea han jugado un papel fundamental en esta imposición. Al no provenir de la sociedad civil, sino de los intereses de la Europa económica, el diseño de estos instrumentos legales y normativos han sido consensuados no por los sectores implicados, sino por la experticia incrustada en dichos sectores, orientada a conseguir una competitividad en el mercado global y dirigida desde las Agencias Internacionales y sus hermanas nacionales. La forma de crecimiento de las ciudades, los modelos de relación establecidos en las empresas, educación, la sanidad, en las instituciones al calor de la llamada “cultura de la calidad” sumergen a los ciudadanos en una atmósfera irrespirable. Por eso salen a la calle, porque necesitan respirar, porque necesitan ser considerados sujetos, porque necesitan trabajar para vivir y no vivir para trabajar y que todo se lo coma el consumo de lo “necesario”. Salen porque su ciudad se les ha vuelto extraña a falta de tiempo para vivirla, salen porque los partidos les piden su voto mientras la maquinaria de esas mismas formaciones políticas trituran a sus militantes, ignoran a los ciudadanos y acoplan las instituciones, organizaciones y servicios a los nuevos dictados homogeneizadores y estandarizaciones. Salen porque ya están hartos y saben que sólo tienen una vida y no siete como un gato.

¿Qué podemos hacer? No dejar que nos arrebaten la democracia con la experticia ni con los dictados de las agencias que rigen a la sombra los centros de decisión en los Estados. Pero para eso hay que saber cómo funciona ese saber que saben imponercomo si fuera una ciencia. Para eso habrá que abrir brechas en el origen de su legitimación, en las universidades, implicadas en esta transformación de las ciencias sociales en instrumentos de ajuste social para el nuevo mercado global.

¿Qué podemos hacer? No dilapidar el poco tejido político de que disponemos, fortalecerlo con la democracia, exigir a nuestros partidos que abran la mano a la participación no cerrada de antemano con políticas de hechos consumados. Sacar a la luz los centros de poder que realmente deciden. Un Wikileaks de los centros que deciden a la sombra de las comisiones de expertos los designios de nuestra sociedad y nuestro país.

¿Qué podemos hacer? Votar y participar en la vida política sin dejar que los expertos, blandiendo su "cientificidad", copen el lugar que corresponde a la responsabilidad de todos.

¿Qué podemos hacer? Despertar del sueño del microcosmos del consumo. Sin desatender el compromiso con nuestra economía ni el compromiso con la formación necesaria para crear un nuevo modelo productivo.
¿Qué podemos hacer? Evitar que la derecha, que lo tiene mucho más claro, colapse las instituciones públicas, elimine las ventajas sociales conseguidas e imponga una privatización del Estado Social de Derecho.

¿Qué debemos hacer? Votar y seguir apareciendo por la calle, para decir palabra verdadera y no eslóganes dictados por el marketing a los maniatados políticos profesionales.

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